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PE EN LA IGLESIA DE JESI:CIHSTO. dejar {t la Iglesia gozar de semejante gloria. Y des– pués de todo, ¿porqué extraí1ar que esta verdad no haya tenido mejor suerte que las verdades mismas de la fe'? ¿No es acaso completa y superabundante la luz que alumbra estas últimas'? Mientras que los fieles se inclinan con respeto y confunden sus actos de fo en actos de amor, los que odian la Iglesia tie– nen siempre el triste recurso de cerrar los ojos y continuar blasfemando y desacreditando la Esposa de Jesucristo. Semejante pasión es causa de que en la cuestión que me ocupase haya llegado por algunos á los exce– sos m:ís estupendos. Los protestantes creen que con una sola palabra crió Dios el mundo; creen que El lo gobierna; creen que Jesucristo resucitaba los muer– tos; leen en el Evangelio que la fe trasporta las montañas, y sin embargo, niegan la posibilidad de la traslación milagrosa de la Santa Casa. Dicen esos atrevidos que Dios con todo su poder no puede trasladar de la Palestina á Italia la Casa de Kazarct; los Angeles hubieran cedido bajo su peso; las piedras de las paredes se habrían despegado en el camino; los techos se hubiesen hundido; el viento la hubiera pulverizado, etc ..... Permitid que no me detenga á enumerar dificultades de tamaña fuerza, y menos aún, que pierda el tiempo en refutará esos atrevidos incrédulos (que en gran número se en– cuentran, por deegracia, en España, ó por mejor de– cir, no escasean en toda Europa), que niegan la existencia misma de Dios, ó no le conceden el dere– cho de intervenir con sus milagros en las cosas de este mundo. Dejaré esta tarea á los apologistas, tarea poco necesaria, pues que el sentido común y la razón bastan para haeer plena justicia á semejan– te~ locuras. Aquí, además, el hecho habla por sí mismo. 3

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