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30 Dl:DAS DEL Al:TOR. dudar que al mismo tiempo lo sea también, y super– abundantemente, para iluminar, fortalecer y confir– mar la fe. Con esta historia (aunque no sea otra cosa) habré hecho un servicio á la Santa Iglesia en los tiempos calamitosos que atravesarnos, que ver– deramente pueden llamarse de prueba, si logro que nazca un buen pensamiento en el corazón, y que brote una fervorosa oración en los labios de uno solo de mis amados lectores. No dudo asegurar que cada uno debe tener en cuenta sus disposiciones particulares y dejarse guiar por las miras que la Divina Providencia tenga acerca de él, porque todas las vocaciones no son iguales y los talentos varían según los servidores. Tengan otros el mérito y la gloria de poner una fir– misima piedra en los cimientos del edificio, levantar sus muros y fortificar sus avenidas; yo me conside– raré dichoso y feliz si se me permite hacer resaltar el mérito de una sola de las grandezas que le em– bellecen. No hay duda que las ruinas se amontonan á nues– tra vista, pero estas ruinas no son las de la Iglesia; pues aunque parece que la envuelven y que des– aparece por un momento entre el polvo que levan– tan, observad atentamente y veréis cómo se destaca de aquel torbellino y alza sobre él su cabeza radian– te de eterna juventud. Estas alternativas de pro– greso y decadencia que son la ley de las sociedades humanas, á la Iglesia no la afectan: su ley es una ley divina, y su progreso continuo é incesante; mar– cha resuelta y desembarazada, al travéfl de todos lrn;; obstáculos; y este siglo XIX, que podemos llamar el siglo de las tinieblas, impiedad y revoluciones, debe ser para la Iglesia un siglo de renacimiento y de desarrollo. Rotas las cadenas con que la habían aprisionado monarquías imprudentes desde hace

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