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232 VIAJE Á TIERRA SANTA. Naín, Lubíé, .Tafet, tribu de Neftalí, Sara, Gudor y otros, los montes de las Bienaventuranzas y el Gran Her– món, cubiertos siempre de nieve, el lago de Tibería– des, la cadena del Carmelo, la colina del Precipicio, tierra de Galaad, etc. Dije la Santa Misa sobre el Tabor el día de la As– censión del Se1ior á los cielos. Allí se halla la iglesia de los griegos que se compone de tres naves de igua– les dimensiones, grandes pilares de mármol y colum– nas; éstoR tienen dividido su terreno del de los Pa– dres Franciscanos por medio de una gran cerca que los hace completamente independientes. Del Tabor á Tiberíacles hay cinco horas: salimos un mukre que me acompafíaba y yo ú las seis de la mañana por temor al gran calor que en aquel tra– yecto hace. La bajada del Tabor se hace muy des– pacio por el peligro que hay si caen las caballerías: el camino de la llanura que separa Tibería<les del Tabor es tortuoso y hasta peligroso, por los beduinos. El turco que me acompañaba se quedó con su caba– llería rezagado atrás y mi caballo con la mosca no había quien lo detuviese; por esta causa se quedó á bastante distancia. El calor era abrasador en aquella llanura; colum– nas de mosquitos interceptaban el paso, y era me– nester abrir y cerrar el qmtasol para que nos deja– sen pasar; las culebras y lagartos negros se conta– ban por centenares en aquella llanura. Sudando atrozmente y molestado, seguía el impulso de mi caballería, cuyo paso era al trnte, deseando llegar á Tiheríades. Un acontecimiento inesperado detuvo mi marcha, y fué que como todo aquel valle se halla poblado de salvajes, sin religión, sin conciencia, sin ley y sin temor, tres de ellos que me vieron solo y con mi capa grande blanca de forma prelaticia (como dicen), salieron en sus caballos con lanzas
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