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220 VIAJE.{ TIERRA AANTA. Egipto; por esto emba1samaron su cuerpo y los is– raelitas lo trasportaron á Sikén que era su heredad. El sepulcro de Josef es como una pequeña capilla, domlt: se conservan sus cenizas en gran veneración. A ,iO metros está el ln:.:i:ar llamado de la celebración de la Pascna por los ¡;/amaritanos, donde inmolaban sus víctimas y pasaban algunos días en grandes ticrnlas ó tabernáculos. A corta distancia se halla la ciudad de Naplusa, antigua Sikén (Samaria); aqní el mismo Jesucristo predicó el Santo Evangelio; en este lup:ar fué mar– tirizado San Justino, en el reinado de Marco Au– relio. La cinclad de Naphrna estú primorosamente si– tuarla en un hermoso y fértil valle, entre los montes Hcval y Oarizin. Se ve rodeada de manantiales abundantes de dulce y cristalina agua, cercada toda de una fuerte muralla con varias puertas á los lados de Norte y Sur. Su construcción es bien sólida y muchas de sus caPas ePtán ú la europea con dos y treR pisos: NapluPa es una ciudad de 17.000 habitan– tes; 100 son católicos y los demús judíos, griegos y muPnlmanes. Yo iba en compaiiín de tres misioneros, un ita– liano, un maronita y un hebreo, y de tres turcos, dueños de las caballerías: nos hospedamos en casa del Cura, 1Iisionero catt'ilico, el cual noR recibió con gran contento (aunque estaba muy pobre y tuve que darle cien Misas); pero nos obsequió cuanto pudo con pescado y pepinos del paÍR, que son muy frescos, y hasta los comimoR con apetito. LlegamoR el súbado á Naplusa, y para no viajar el domingo nos detuvimos allí dos dias. La Misa la celebramos muy de maiiana, por temor ú que Ri los turcos viesen tantos Sacerdotes, cometieRen algün atropello: uno de los jefes militares rle los turcos

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