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180 VIAJE Á TIERRA. SANTA., que llevo es el Santo Cristo de Misionero. Ya por la madrugada vimos multitud de camelleros que con sus recuas de 20, 30 y 50 camellos, ya cargados de géneros, ya con peregrinos, cruzaban nuestro cami– no; esto nos tranquilizó un tanto. A las seis de la mañana llegamos al pueblo de Ca– luniéh, donde echaron pienso á los caballoA, y sa– biendo que sólo faltaban doA horas para llegar á Je– rusalén, determinamos seguir á pie; atravesamos Rharnatain, patria del profeta Sarnuel, el torrente de Trevinto, que fué donde tuvo lugar el combate de David con Goliat, la fuente de Neftoa, situada en el límite de la tribu de J ndá y Benjamín; desde este lugar veíamos Jerusalén, la montaña de la Ascen– sión al frente, y el monte Olivete; descansamos un momento en la última torre de guardia (pues desde Ramle á Jerusalén hay 16): aquí nos postramos de rodillas para adorar aquella tierra consagrada con la sangre de Jesucristo, besamos varias veces el sue– lo y después cantamos el salmo (121) Lmtatus sum in Ms qum dícta sunt milti, etc. Sin esperar el carruaje, conmovido en gran ma– nera y palpitando el corazón al hallarme en aquel santo lugar, entré en Jerusalén por la puerta llama– da de Jaffa. Allí nos reunimos con el coche para to– mar el equipaje, y acompañado de un dragomán, joven árabe, me llevó al convento de San Salvador de los PP. Franciscanos, teniendo la dicha aquella misma mañana de decir la santa Misa en el monte Calvario. Esto fué el día 23 de Mayo. CAPÍTULO XXXIII. JERGSALÉN. Jerusalén es, justamente, llamada ciudad santa
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