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170 íIAJE J TIERRA SANTA. las fatigas y angustias del mareo, arrojando hasta la bilis. El día 18, fiesta de San Félix de Cantalicio, á los cinco días de mar, llegamos al magnífico puerto de Alejandría, habiendo recorrido en dicho tiempo las 1.030 millas que separan á la Italia del Egipto. Al llegar al puerto, unas quince lanchas de ára– be::; de Sanidad militar, guardias y dependientes, cercaron nuestro vapor, dando la orden de que es– tábamos en cuarentena de veinticuatro horas, por temor de que las procedencias fueran sucias (aun– que iban más que limpias, por el mal tiempo que tuvimos). La mayor parte de aquellos árabes eran negros y corpulentos, vestidos con enaguas de co– lores, rotas y wcias. El comandante del vapor nos anunció á los 113 viajeros que íbamos, que nos es– taba prohibido bajar ú tiena hasta terminada la cua– rentena. Lo primero que hice fué dar gracias á Dios por haberme concedido el favor de llegar á Egipto, tierra consagrada con la prm,encia de Jesucristo, la SantiRima Virgen y San José. Desde el vapor se ve el gran palacio de Said– Pachá, Gobernador Jefe de los musulmanes; los arra– bales de Alejandría con el magnífico puerto, que tenfa más de 100 vapores anclados. Las veinticuatro horas las pm;é bien pronto, observando con curiosi– dad la multitud de úrabes y musulmanes que baja– ban al mar á purificarse, según su ridículas cos– tumbres; en medio de inclinaciones profundas hasta la tierra y genuflexiones, se iban desnudando, y después se lavaban recitando oraciones, ya ensilen– cio, ya á media voz. Concluída la purificación, que es para ellos su confesión, hacían oración arrodilla– dos, mirando al sol: nunca lo hacen dos juntos; siempre están separados, y llegué á contar en vein– ticuatro horas más ele ciento. Por esto mismo com-

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