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130 LA CIUDAD DE LORETO. ra Arca de la Alianza, llena de todos los dones y de todos los tesoros del cielo. Entremos en la ciudad, bajemos la larga calle de Monte Real, atravesemos la plaza de los Gallos, la calle de los Coronavis y la plaza de la Madona. . El palacio pontifical que hay á la izquierda, es digno de la grandeza de los emperadores, pues se– gún los planos de Bramonte y la intención de los Papas, debía dar la vuelta á toda la plaza: delante de la Badlica se halla la magnífica estatua de bron– ~e de Sixto V, honor de las Marcas y bienhechor de Loreto, que parece está reinando todavía desde su pedestal. En el palacio se guarda un número bastante con– siderable de cuadros de renombrados maestros y sie– te tapices trabajados sobre cartones de Rafael, que en nada ceden á los del Vaticano. Los 380 jarros cuyas pinturas reproducen dibujos de Miguel Angel. La fuente situada en medio de la plaza fué cons– truída para recibir las aguas del magnífico acued.uc – to de Paulo V. El campanario fué levantad.o bajo el reinado de Benedicto XIV, y en él se observan la8 cuatro ór– denes de arquitectura superpuestas, siendo su altu– ra de 61 metros y 55 centímetros.. La campana principal pesa 8.000 kilogramos, y se remonta á los tiempos ele León X. Tres puertas de bronce dan entrada á la Basílica; me guardaré bien ele compararlas con aquella obra maestra, esculpida por Giberti, en el bautisterio ele Florencia y que, según Miguel Angel, era dig·na ele servir ele puerta al paraíso; su vista me hizo recor– dar, sin embargo, tan célebre sentencia. No me cansé de admirar la feliz elección ele los personajes, la armonía del conjunto y ele la compo-

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