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LA CIUDAD DE LORETO. 129 Después viene Recanati, que desde lo alto de un collado parece estar vigilando todavía el santuario que fué confiado á su fidelidad. Un poco más lejos, en dirección al Mediodía, se divisa una ciudad de blancas murallas dominadas por las cúpulas y las torres de las iglesias; es la ca– pital de la provincia, illacerata, cuyos Obispos fueron, durante brevísimo tiempo, Obispos de Recanati y Loreto. Entre estas poblaciones, se descubre todo un círculo de aldeas desconocidas y graciosas que co– ronan la cima de las laderas de la montaña. Fijáos también allá abajo, casi á vuestros pies, en esa colina de Castelfidardo, en que cayeron los hijos de la Iglesia y revelará para siempre el testimonio de la sangre de estos héroes y la gloria de su mar– tirio. Por la parte de Levante, todos los collados se van deprimiendo: magníficas praderas y ricos cultivos reemplazan al antiguo bosque <le los Laureles; más allá y á corta distancia, se ve brillar á los reflejos del sol el mar, sobre el cual posó la Santa Casa, y cuyas olas van á romperse contra las lejanas playas de Tierra Santa. De todos estos puntos y de la larga línea de fe– rrocarril que corta los valles y la llanura, la vista distingue y admira, sobre una colina aislada, la Ba– sílica de Loreto, en toda su fuerza y gracia. Edificada en tiempoH que podía temerse una sor– presa de los infieles, se la dió en su parte exterior la forma de una ciudadela, flanqueada por sus capillas como por otras tantas torres gigantescas y corona– da de almenas, las cuales tienen ventanas estrechas que derraman al interior misteriosa luz. Los fieles la saludan de lejos como á la fortaleza de David, que encierra en sus murallas la verdade- 9
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