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LA CIUDAD DE LORETO, 127 «No hago mal á nadie; sólu á Dios ofendo; por su »amor ando peregrinando continuamente. »Me mantengo de los desechos que encuentro en »las calles, tales como cortezas de naranjas, hojas »y tronchos de berza, frutas podridas, y toda clase ))de cosas inútiles y desperdicios que se arrojan por »las ventanas; no como sino lo necesario uara soste– >merme durante el día, y por la noche no tomo »nada. »No pido limosna; la acepto si me la ofrecen, >>pero dentro de ciertos límites. »Si no me la dan, me salgo al campo y como las »hierbas que encuentro; no bebo más que agua y >>soy feliz y dichoso haciéndolo todo por Dios, cerca »de la Santa Casa.>> Once años seguidos acudió á Loreto á recibir la gracia de María, y el último año la Santísima Virgen le reveló su próxima muerte que tuvo lugar en Ro– ma á poco de su última peregrinación á la Santa Casa. Los milagros innumerables que han glorificado su tumba atestiguan bastante el alto grado de san– tidad á que se elevó en tan corta y dichosa carrera. Estos Santos eran de la Primera y Tercera Orden del P. San Francisco. CAPÍTULO XXIV. LA CIUDAD DE LORETO. La vista que presenta la ciudad de Loreto no tiene la majestad austera de la campiña de Roma; aquellas grandes lunas, aquellos horizontes sin fin, 9,ue trasportan el entendimiento hacia el imperio sin limites prometido y dado á la Iglesia.
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