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EN L0RETO, 125 tras que de su corazón abrasado se escapaban pala– bras de amor como chispas de una hoguera, y de su espíritu iluminado brotaban celestiales luces, su ros– tro, trasfigurado con un resplandor extraordinario, aparecía radiante como un astro en presencia de los numerosos testigos que le contemplaban en la igle– sia. (Vida ele San Francisco ele SaleR.) Algunos años más tarde, en la primavera de 1599, habiendo sido nombrado Obispo de Ginebra, en cuya dignidad había de hacerse tan célebre, volvió á Roma y fué examinado en presencia del Soberano Pontífice. El santo viajero había gustado tanta felicidad y recibido tantas gracias en las visitas que hizo á Lo– reto en 1¡)91, que se decidió una vez más á tomar el camino de este célebre santuariG con ocasión de su viaje á Saboya: al llegar dijo la santa Misa en la dichosa Casa, en cuyo acto parecía desbordarse su alma en oleadas de piedad. Esta superabundancia de fervor le inundó sobre todo en dos momentos principales; primero, durante la acción del santo sacrificio; después, en la oración que le sigue, en que reconociéndose deudor á la Santísima Virgen de la conversión de todos los he– réticos vueltos á la verdadera fe, dió gracias á Dios por las mercedes que le había hecho mediante la protección de su Santísima Madre. Entregado por completo á estas expansiones de la piedad, se le iban las horas sin siquiera advertir– lo, hasta que el Abad de Chissé le advirtió que era ya tiempo de retirarse. «¡Oh hermano mío! le dijo, yo le ruego por nuestra amistad que me dejéis todavía una hora; estoy renovando todas las promesas que he hecho á la Madre de Dios desde mi juventud.» San Alfonso de Ligorio tuvo que irá Roma en 1762 por las apremiantes instancias que se le hicieron

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