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108 LA ,IRGEN DEFIENDE SU CASA Y RI(,lUEZAS. peligro su vida; y al mudar de caballo, éstos se re– sistían á prestar todo servicio. Con tales trabajos y al cabo de un mes de viaje llegó por fin á Trento y entregó al Obispo de Coim– bra la deseada piedra que á tantos peligros le había expuesto. El Prelado la guarda en una cajita de pla– ta, proponiéndose mandarla á Portugal á fines de Febrero; pero en el momento mismo de efectuarlo se apodera de él una terrible fiebre y agudísimo dolor de costado, que no le deja un momento de reposo. Los médicos agotan los recursos de la ciencia y concluyen por declarar que esta enfermedad tiene un carúcter y obedece á una causa que está fuera de las leyes ordinarias de la naturaleza. El enfermo recapacita sobre su grave situación, piensa en esa bendita piedra que sus reiteradas ins– tancias han arrancado, por decirlo así, al Soberano Pontífice, y dirigiéndose á la Santísima Virgen, la ruega que le perdone si acaso la ha ofendido y que le haga saber su voluntad, á la cual se apresurará á obedecer. Apenas halJía terminado esta oración, cuando una voz que parecía bajar del cielo le ordena la res– titución á la Santa Casa de Loreto de la piedra des– pegada de sus muros; mas creyéndose el Obispo preso de un sueño ocasionado por la calentura y acordt'mdose de la autorización que le había dado el Santo Padre, así como del mucho bien que su pose– sión traería á Portugal, vacilaba todavía. Por último, se recomendó á las oraciones de dos santas Comunidades de la ciudad de Trento, y dos días después se le envió á decir de ambos monaste– rios, que si quería curarse devolviera la piedra que había tomado ú la Santísima Virg·en. Estas Religiosas no tenían ninguna noticia ni de la piedra, ni del viaje de Stella.

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