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10() LA VIr..GEN DEFIENDE SU CASA Y RI<.¡UEZAS. Todo Loreto la conocía; el mismo P. Riera la vió durante muchos afíos y le oyó contar muchas veces este prodigio, siendu un monuniento vivo del poder de María: su cuerpo llevaba siempre visibles las se– ñales de su protección, y la cicatriz del cuello, bri– llante como un collar de oro, daba un testimonio evidente de la verdad del milago. CAPÍTULO XXI. LA SANTÍSIMA. VIRGEN DEFIENDE SU CASA Y RIQl:EZAS. Son pocos los peregrinos que al visitar la Santa Casa no hayan contemplado en el muro, á la derecha clel altar, una piedra sujeta con dos pequeilos aros ó círculos de hierro bruilido. Es el monumento más sorprendente y palpable de la intervención de la Santísima Virgen, á la que debemos la conservación ele la bendita Casa en toda su integridad. D. Juan Suárez, Obispo ele Coimbra, en Portugal, se dirigía á Trento para asistir al Concilio, conti– nuado por Pío IV en Hí61. Al pa:-;ar por Loreto en tiempo de la fiesta de la Santísima Virgen, pidió al Obispo y gobernador le dieran una piedra de la Santa Casa para ponerla en una capilla que quería erigir sobre el modelo de aquélla en su obi:-;pado; pero tanto el Obispo corno el gobernador le negaron este favor, apoyándose en la prohibición impuesta por los Soberanos Pon– tífices. El Ilustrísimo Sr. Suárez viendo la negativa, acudió directamente al Papa. y para más inclinarle á su petición, hizo resaltar la honra y el beneficio
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