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Y que volviese un día, que volviese más manso, en compafiía de la Hermana Muerte para el último abrazo. * * * El Yiento, bendecido por aquella mano que repartía los milagros, hízose bondadoso mas sin perder el garbo ... (Como el lobo de Gubbio cuando Francisco le pasó su mano ... l Y cuando el Serafín veía a sus discípulos temblando por un fiero huracán de tentaciones que no les daba tregua ni descanso, conjuraba a los vientos del espíritu con la cruz de sus brazos. El dulce fray León bien lo sabia. Por sus terrenos áridos silbaba el indomable lanzándose al asalto. Pero debajo del sayal, cubriendo su pobre corazón alborotado, llevaba un pergamino lleno de bendiciones del Seráfico. El viento ... el viento ... Y el humilde fraile no temblaba de espanto. ¡ El viento obedecía, como un niño que Francisco llevara de la mano! 94

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