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El franciscano no es el hombre qite llega al paraíso despreciando las criaturas del mundo, sino amándolas y sirviéndose de ellas. Celano dice: «Una sola mirada al sol, a la luna o a las estrellas, a las criaturas pe– queñas o grandes, llenaba a Francisco de indecible alegría». Ni el alma heredada de su madre, la «provenzal» Ma– clonna Pica, ni el sol, ni su valle wnbro son el secreto de su vibración 1tniversal y poética, sino solamente Dios. Francisco podía sentir el caminar de los astros y el crecimiento de las plantas y el brotar de la pri– mavera porque sus raíces espirituales se hundían en Dios y sentía la eterna vitalidad de Dios en su incesante acto de dar vida. Por eso hay un Optimismo francis– cano. Hay im Humanismo franciscano. Los poemas del P. Prudencia lo destacan hermosarnente, lo reflejan ... * * * Hay también una Cortesía franciscana. No consiste en unas maneras sociales, sino en una total reveren– cia que le brota al Serafín de Asís desde dentro, no sólo hacia el Hermano Hombre, sino aun hacia la her– mana Piedra, el hermano Lobo y la hermana Muerte la que, lejos de ser una sombra fatídica, es una reina libertadora que cierra una puerta estrecha para abrir las anchísimas puertas de la Vida eterna. La Cortesía franciscana ha inspirado versos a todos los seres: a los gigantescos y sublimes y a los humildes y rastreros. Y como buen cortesano, Francisco no se presenta ante Dios corno un niño indefenso. Toma la clásica post1tra de los salmistas, ima actitud exaltada y está– tica. No gim,e, sino que canta. No se encoge ante Dios, sino que actúa como un trovador encaramado en el 9
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