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Canta nie,·e sus acordes blancos de diYina pun_'za, y escribe la ancha con millones de letras. La luna no ha perdido su lenguaje comprendido de ni11os y poetas; tiene la voz de plata y el andar de princesa. Cuando la luna canta el himno celestial de su presencia, Francisco sale al campo a platicar con ella. Su plegaria florece como la luna, virginal, ingenua. Y esas voces terribles de los can: pos que amenazan, castigan o protestan, el insecto que muerde, la serpiente que silba y envenena, el súbito vaivén del terremoto, la inundación que rueda, el volcán con su fúlgida garganta, la muerte que cabalga en la epidemia, los roncos estampidos y el paso asolador de la tor,menta ... Son las voces solemnes de la justicia eterna ... Gracias, Francisco, porque me enseñaste con tu vida serena, que las obras de Dios siempre nos hablan .. ¡ El amor es su lengua! 85

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