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Y los dos, como impulsados por un viento de tormenta, siguieron aquel camino con derechuras de flechas. Pero Maseo sintió los fuegos de la vergüenza y en su interior murmuraba de Francisco y sus rarezas. Mas al llegar a los muros la ciudad abrió sus puertas y un clamor de bienvenida cerró las heridas frescas. Fornidos hombros y brazos les fueron llevando a cuestas, y el Serafín, con su paz, apaciguaba pendencias. El mismo obispo salió a darles la enhorabuena ... Pero Francisco no quiso aplausos ni recompensas, y se marchó a los silencios perfumados de la selva. Y el buen l\1aseo, luchando entre humildad y soberbia, sofió que un inmenso trompo eran el cielo y la tierra; y que Francisco tenía, para obligarle a dar vueltas, la música de su voz y en la cintura una cuerda ... 73

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