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cesaría que los comerciantes, los quírnicos o los mate– máticos. El lector se dará ciLenta de que al hablar del Arnor, no estoy hablando de amoríos, de los caprichos o velei– dades de algún corazón hambriento e insaciable. Hablo del Amor que colma, que consume, que do– mina y que da paz y descanso; y es el mismo que no deja descansar ni tener quietud ni ociosidad. Este Amor... ¿Cómo lo diré? Renuncio a describirlo. Tengo a mano, aquí en rnri alma, la figura siempre cercana y maravillosa de Francisco de Asís, ese hom– bre que supo lo que es amar hasta la última fibra del ser. Hablar de Francisco rne es más dulce que la miel; y me ahorra el penoso trabajo de largas definiciones de lo que es el Amor. Estos poemas son el fruto de mi convivencia espi– ritual de muchos años con Francisco; son la expresión de constantes meditaciones y de animados diálogos con él y con los misterios de la Creación, con las humil– des criaturas que nos rodean, con las huellas que ha ido dejando Dios en todas partes para que le encontre– mos fácilmente ciwndo se nos pierde ... o cuando le perdemos. Yo diría, con una palabra muy moderna, qu,e estos versos son el resultado de haber «sintonizado» la voz del Pobrecillo de Asís, a la distancia de siete siglos ... El lector verá qite esa voz sigue siendo tan clara, tan fresca y musical corno el primer día. P. PRUDENCIO DE SALVATIERRA Capuchino 6

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