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EL DIOS PRISIONERO Francisco amaba el cálido misterio de la fe y del amor, y la penumbra suave, atravesada por la lámpara viva del Señor. Allí era el puerto; allí las claridades y el ojo penetrante y la canción; allí la cicatriz fortalecida y el espejo del sol; allí la puerta de la casa niña y el pequeñito Dios en blancura de panes como pétalos para la comunión. Ardíanle a Francisco los fuegos de su mística pasión : la entrega del ayer y del mañana y la dádiva de hoy. Y envidiaba a las piedras de los templo2 su muda adoración. Contemplaba el Sagrario de sus éxtasis, la caja de caudales del amor donde el trigo maduro y el racimo se hicieron corazón : 54

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