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Francisco y sus compaúeros van con faroles de gala a recibir a la niña que trae a Dios en la cara. La iglesia de la Porciúncula, pequeñita y asustada, al entrar la procesión parece que se agiganta. Voces se oyeron allí de renuncia sobrehumana. Clara se quitó su manto riquísimo de escarlata; Francisco le regaló una capa remendada; para la cabeza, velos; y para los pies, sandalias ... ¡ Y temblaban las paredes al golpe de las palabras! A sus cabellos de miel renunció la bien peinada. La niña inclinó su frente sobre la piedra del ara. Brilló en la noche un acero de líneas entrecruzadas, y al golpe de las tijeras cayeron trenzas doradas ... El cielo quedó muy cerca y la tierra muy lejana ... 38

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