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Y la abadesa Sor Clara con sus treinta y tres monjitas. violetas y margaritas con la humildad en la cara. Alto muro las separa de la tierra y de sus cuitas. Sobre la piedra del ara dejaron flores marchitas. .i Oh, qué amable compafi.ía ! Caballeros de tonsura, la mejor caballería ... Y monjitas de clausura en los claustros de la Urnbr:a. La fantasía con la aventura; el valor y la ternura, el campo y la sacristía. Esto que parece cuento no se acaba de contar. Entre portento y portento. Francisco, dulce juglar, afina un tosco instrumento y se dispone a cantar. El camino polvoriento le quisiera saludar; y hay un sublime momento en que se empieza a dudar si los pájaros y el viento han aprendido a rezar, o si el fraile con su acento les ensefi.a a gorjear. * * * 22

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