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En ellos vive la gracia de su rostro. Cielo sin brumas ni nubes, luminoso; cielo de trinos y luces que se mezclan con sollozos. Ojos que saben llorar, y en su lloro, se apagan las dos estrellas porque el Amor está solo. Porque el Amor no es amado ... ¡ Ay, sus ojos! Ciego está Francisco, ciego, ¡ ay, sus ojos! ojos de lluvia y tormenta, ojos de noche y de lodo. Ojos que un fuego de lágrimas ha marchitado en su soplo, porque en jardines de amor están brotando los odios ... ¡ Ay, sus ojos! Sus pies La huella de sus plantas, repetida, esa huella tan leve, se adivina en la arena calcinada, en las rutas de Oriente, en el bosque de paz de la Porciúncula y en el sendero verde. 140

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