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pedestal del Universo para entonar himnos al nombre del Señor. Al mismo tiernpo que llama «Padre» a Dios y sabe paladear esta dulce palabra, lo trata y lo en– salza corno a un Señor Grande, Admirable, Omnipoten– te, Magnífico ... Es un Salmista. Es 1-m Cortesano de Dios. Pero hay un detalle que, por sí solo, transparenta el alma de Francisco. Según sus biógrafos, en una no– che negra, en la cabaña del huerto de San Damián, casi cornpletamente ciego, con atroces dolores en todo su cuerpo, entre sustos y corridas de ratones que le tor– turaban sin piedad..., en esa noche entonó su más bello himno del Optimismo, de la Alegría y de la Vida: el Cántico del Hermano Sol. Como dice Felder, «es el sÍ1n– bolo y cornrpendio de sii vida e ideales». * * * La atracción franciscanista despertó en el célebre es– critor Paul Sabatier cuando escuchó al anciano Renán estas palabras: «A San Francisco todos lo necesitamos. Y si sabemos BUSCARLE, VOLVERA ... ». Nuestro poeta, el P. Prudencia d'.e Salvatierra, lo ha buscado en el viento de los bosques y valles y en el silencio de la noche. Buscándolo, subió a la cordillera alta, nevada y misteriosa. Se asomó al alma de los ni– ños y al misterio de los lagos, espejos de la hermana Agua. Se asomó también a las corrientes veloces de los ríos, a la profitndidad de las noches estrelladas, a la soledad de los desiertos, a las cosas pequeñas e insig– nificantes, y también a las grandes. No dejó criatura alguna de la tierra sin explorarla y sin llamarnos la atención y excitarnos a las alabanzas de Dios. 10

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