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tinto sano le impide acercarse al sacramento, aunque por otra parte dice que no encuentra nada malo en la vida de playa y de diversiones. Llega el mes de octubre. modPra ,us expansiones pasionales y sus frivolidades, guarda su haiia– dor para el próximo mio y reanuda su vida de piedad. Un día se acerca al confesonario: Padre, he ido a la playa. --¿Y pensaba que hada mal con ello?--- No, padre, yo Pstaba rn– mo todas. --¿Entonces para qué me lo dice?--- Se calla. En ella es nwjor el sentimiento que la voluntad; su instinto ve el mal, la voluntad en cambio, se ciega para no verlo. Las jóvenes necesitan aplicar a sus rnnfesi011<'S la cloct~·i– na que nl parecer mecúnicarnente saben: quP ~in propósito firme de la enmienda y dolor verdadero no se pPrclona nin– gún pecado, ni dentro ni hwra de la confosión. La joven que guarda el haíiador para el afio siguiente, la que se acusa de asistir a una película 3R., pero sin voluntad definitiva de no volver a la andadas, no se le perdonará lo que de pe– cado haya tenido en esas acciones. Le faltaría una condición fundamPntal: el propósito de la enmienda. Pocas jóvenes dejarún de tener algunos momentos graves en su vida; en Pllos. solas. se defenderún mal. Si tienen pa– dn»; dignos y responsables, ellos serún entonces :'11S conse– jeros de mayor garantía; E'l1 su defecto y no pocas veces aun con ellos, les convendrú un expPrimentado confesor o di– rector. F.n general no le;; conviene a las jóvene.s. aunque le, sea grato, un confesor ele poca edad, ni excP 0 ,ÍYamc11 le coudes– cendiente. 1'~0 se rl Illé;clico que quitP gravPclad a la c:1f,Tmedd sino el que ofrezca mayores garantías rlc devol– ver b calud. Búsqnese al confesor que convenga al bien del

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