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no se purdau pedir a Dios cosas rnatrriales, pero se deben pe– dir según 01 ~.;rado de ,,u conveniPncia y subordinadas siempre a la voluntad divina. l\Iuchas peticiones de cosas trrrenas nacen d" un alma viciosa que busca desordenadainente los bienes de e:;te mundo. Esas súplicas no las oye Dios. porque no es alcahuete de vicios. Si Dios complaciese a las mujeres en sus oraciones, n1 w morirían nunca sus hijos, ni padecerían ellas necesidades en la tierra. Se olvidan de que Jesucristo a l\Iaría, mujer aldeana y muy pobre, al elegirla par su J\Iadre, ni la sacó de su pohreza, ni la defendió de sus incomodic1as ¡y era sn ~1adre! Sobre el valor de las cosas terrPnas Jesucristo tiene rn1 criterio ba~lante diferPnte al de muchos cristianos. Los bienes materiales son te,;oros rnús bien del diablo que <le Dios; quiero decir que los emplea y estima el demonio más para sus fines de perdición que Dios para santificar a los hombres. El düwro PS prPmio que Pl diablo da, al mPnos promete, a rns s0guidores. Es posible qu0 quien ch~ su alma al diablo a cambio de riquezas y placeres, los obtenga de él mejor que clúndosela a Dios, porque Dios no paga con coche a sus amigos; el diablo a veces puede que sí. A algunas jóvenes a las veces It,s convendría pedir a Dios que les diese amar y desear lo contrario precisamente de lo que piden; les sería más provchoso y mús grata a Dios 5U petición. Pirrlacl comoclorrn, egoisla, adaptada a las exigenrias y n,– clamaciones de los instintos. no PS piedad auténtica, es pseu– do-piedad. Esto les cuesta reconocerlo a muchas jóvenes sin

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