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cia de su actitud y los peligros que había de acarrear. Cons– cientemente consintió en ser causa de peligro y quizá de caída a los demás, por no vencer una vanidad, por dejarse llevar de una moda prohibida. Esa joven no ama cristiana– mente al prójimo, peca contra la caridad debida. Rezando con aparenté' devoción se puede estar pecando. La joven que guarda el vestido indecoroso que usó du– ranLe el VPrano o el bañador reprobado por la Iglesia, con intención de al a:üo próximo volver a usarlo, mantiene su conciPncia manchada con el mismo pecado que ocasionarh el hecho de estar usándolo en la actualidad. El pecado está en la adhesión de la voluntad a la obra mala y en este caso la voluntad de esa joven está unida al objeto prohibido. Sin detestación del mal no hay perdón, no se borra la culpa y esa joven no detesta el pecado de la indecencia que lleva consigo el uso de esas prendas de vestir indecorosas. El escándalo se opone gravemente al precepto fundamen– tal del amor al prójimo, le ofende y lesiona en lo más esti– mable y sagrado que posee. El escándalo tiende a quitar la gracia del alma que es el bien sumo, mediante el cual el hombre participa de la naturaléza divina y cobra derechos ante el mismo Dios. El escándalo triunfante mata al alma, quita el cielo, enemista con Dios. El escándalo alcanza en sus objetivos al mismo Dios. Los intereses de Dios en la tierra, los fines altísimos de su veni– da al mundo, la Redención del género humano, la eficacia de la Pasión y muerte del Sei10r son blancos de los dardos envenenados que tira el escándalo contra Dios. Realmente el esdmclalo quita tierra al imperio de Dios. Decía San Ber- 83

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