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l~n casos c<mcTeto°' será complicado el di,tinguir claro el nwro pensamienlo, la imaginación y la complacencia, por ]a atraccióu que lo deshonesto y aprehendido ejerce sobre la voluntad. Esto obliga a ]as personas timoratas a comportar– se con mucha prudencia, rechazando ele plano el pensamien - to o imagen pecaminosa para librarse de ansiedades y duela;,. El hecho de que los pensamientos gusten 110 es suficien– te garantía de que haya habido complacPnCÍa y por ello pe– cado. PueclPu los pPnsmnie11tos o imaginaciones gustar y no acqilar,;p_ porque PS distinto d gusto de la naturaleza o sPu– sibk y c>l de la voluntad; Pl pecado sólo estú eu el de la vo luntad. Un caran1Plo en la boca siempre gusta al paladnr, por aquello de qLw a nadie amarga un dulcP, pero aún PH estP caso la Yoluntad puede rehusar y rc>chazar d dulzor. Si el den1011io. o el n1undo. o quienes hacen ~us Yecc's. pmwn PU nuPstra imagi11ación o ante nuestros sPntidos un objl'io ,llll'.' el cual la naturaleza siente in~tintivo apetito o gusto, micm– tras Ia voluntad no acepte esa complacPncia y sP deLPnga ,m ella. 110 hay pecado. En C'sto 1n1edP lrnbPr engaüo ruando h voluntad pone el caramelo Pn los .,enlidos o en la imagiin ción: en este caso no justifica el decir que la voluntad no lo quiere. puesto que las obras demuestran lo contrario. SP disculpan, a YC'ces. las jér;erws en sus libertmle, y atz·e– vimiPntos diciendo que no quieren con ellos pecar, pero con5- cientemente ponen aquellas obras que les hacen sentir el sa– bor dulce clPl pecado. Saben qnu el caramelo es sabroso, quP en la boca se dernite, lo llevan gustosas a sus labios y se disculpan diciendo que no intentan saborearlo, que no les gusta. Nadie las cree. El que ama la causa ama su efecto y el que voluntariamentP la ponP hnsca su; cons('ClW!lcias na– turales aunquP diga que no.

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