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te puede ocasionar. En concreto no siempre ser{¡ fúcil dis– tinguirlos, puesto que se entremezclan, pero en principio son cosas completamente distintas. El pecado es acto de la volun– tad, el entendimiento y la imaginación y la sensación en tanto son pecado en cuanto imperados o aceptados por la vuhmtad; la imaginación y el entendimiento no pecan, co- 1110 lm11poco peca la naturaleza. El deseo participa ele la maldad del acto externo. Si una joven desease a un hombre casado, comet<:ría además del pe– cado de fornicación un adulterio mental. Quien desea matar, es asesino en su conciencia y ante Dios. Desear emprender un viaje con el objeto de visitar un cabaret, por ejemplo, o los centros infames de una ciudad, es ya hacerse responsable en conciencia de la maldad que tendría el deseo realizado. Ante Dios ya lo realizó. Guardar el bafiador indecente para el afio siguiente o colocar un libro escabroso en la estantería domc;stica, con Pl propósito de leerlo más tarde, ante Dios esos propósitos tienen la maldad del hecho consumado. Lo que no se puede hacer no se puede desear. El gozo del mal es la complacencia en que haya sucedi– do. El gozo puede versar sobre un mal propio o ajeno, es pe– cado satánico. El gozo, como el deseo, recibe su maldad y su gravedad de la especie clel mal que se aprueba. La tris– teza por no haber podido realizar una obra mala o porque se ha hecho un bien tiene la malicia del gozo. Sin embargo, la tristeza o pesar por sólo les efectos materiales no consti– tuye pecado, al menos grave; tal sucedería si una joven sien– te haber hecho un voto porque le impide algún bien o gusto natural no pecaminoso. Alegrarse de los efectos beneficiosos de un crimen, reir 71
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