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ele sí misma. No vea al hombre tan necesario en su vida que vaya a creer que sin él serú desgraciada por necesidad. Encauzar y dominar los sentimientos, que son la fuerza vital de la mujPr, es condición imprescindible en la auto– educación femenina. Para las jóvenes modernas suele signi– ficar poco el deber, lo es casi todo el sentimiento, sus gustos. Con esta mentalidad terminará por perder hasta su perso– nalidad. quedando 1·eclucida a un mero juguete, todo lo bo– nito que se quiera, pero no otrn cosa que juguete. La joven debe ejercitarse en d vencimiento ele sus gustos y caprichos ohligúndolos a obedecer a la razón: que los ojos no vean lo qrn~ les venga en gana, que la imaginación no campee libre por mundos ideales; que no salga rlla a la calle porque le apetece, ni charle lo que le vPuga Pn gusto. Cuanto mús contenga a la naturaleza en sus tendencias instintivas n1ús se educa, mús fúcil se le volverú el segnirnienlo del bien. Las pasi011c',, con10 el cuerpo, cuanto n1ú~ se les da, n1ús engor– dan y cuanto mús gordas, 1nús fru,rtcs y cuanto rnús fuertes mús difíciles de someter. Las jóvenes modernas son muy cui– dadas de su línPa esbelta; cnirkn también ele que la línea (k sus pasiones sea dPlgada, flaca. La mujr,r es muy curiosa. lo frn; ya en el Paraíso, su cu– óosidad nos perdió a todos. conocer el mal sigue sien– do su gran peligro de ruina; ella dice que es para mejor de– fenderse, pero se equivoca corno Eva; en el noventa por cien– to de los casos es mera curiosidad malsana. La ciencia del mal crea la tentación y la tentación es sugestión, atractivo. Es un hecho de expPriencia que la mujer se defiende mejor de la primera ocasión que ele las siguientPs. La presencia del mal para todas las personas sanas y auténticamente buenas, produce, como en Dios, una reacción espontánea de repulsa
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