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Si la jovPn se observa y es sincera, reconocerú que cuan– do alPga madurez y mayoría de edad para obrar sin trabas, lo hace para dar libertad a una pasión o a un capricho de su voluntad no acostumbrada al VPncimiento. Pecado de mu¡er es ser vanidosa, su belleza y el halago de los hombres, sus fuentes. La vanidad en sí misma 110 e,; pecado grave. pero a las vecPs tal vez fuera conYHlÍP1ltP a la mujer que lo fuese; con ello evitaría, sin duda. mucho,; pecados mayores. La vanidad hace a la mujer fúcil. La va– nidad no pocas vecPs cubre de flores olorosas grnndes peca– dos. l\Iodere la joven su propensión a la vanidad, sPgura dP quP con ello se defiende dP muchos mayores malPs. Para la mujer el admirador, el galán, es un amigo y pa– ra el amigo guarda siPmpre la mujer su corazón, P';te es su peligro. Para vencer a la mujPr basta n1uchas veces ----dl'– nrn~iadas- adnlarla. Que lo srpn y recuerde la jovPn para guardarse, como lo salwn los libtTtinos para rwrrlrrla y con– quistarla. El -vigor imaginativo de la nmjer, su emotiviclad e:;.plo::í– va y la percepción finísima para los pornwnores que la ca– racterizan hacen a la mujPr muy propensa a desüi'bitar la, cosas dando importancia capital a verdaderas insignifican– cias. Yo se lo he dicho muchas veces: la mujPr en las cosas trascendPntales se mUE'stra, en ge1wral, digna; pero, en las cosas pequeüas pierde la cabeza y se manifiesta desprecia– ble. De ahí el espectúculo frecuente e indigno de tantas jó– vene, entregadas con toclo el ardor de su sangre vigoro~a a ruindades que valoran y adora11 como mitos. Eso,; porme– nores las hacen ri,áhles ante los hombres, y fundamentan
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