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tusí~ii11a lle lo que ama. De ac1uí la iinportancia que tiene para ella el poseer y cultivar impulsos de bien ,de conser– var sana su natural inclinación a la virtud a fin de que no nazca en dla la sugestión del mal; estaría perdida. El co– nocimiento del rnal en la rnujer suele ser funesto; siempre se ofrpce, rnús o menos amable, y el amor es vértigo para la mujer. En la nmjn· la concupiscencia tiene mucho de curio– .,;illad, si sabe que volviendo la hoja hay «algo» de lo que ,P habla con elogio; no pasarla le ser{¡ franrnnwnte imposible. c:Queremos decir con esto que la mujer carece <le c,inclé– rP~is? Nada más lejos de nuestra mente. Decimos qm~ en la rnnjer la afPctividad ejerce una dirección prderPrllP, casi c1bsorlwnte. ele .½u'; im¡mkis vitah·s; que la dectividacl en ella e.s más pronta y pspontánea que la i11teligencia, que la mente frmrnina -~sin discutir su capacidad objetiva-•-- está ~upPrafla y como mandada por su corazón; en una pa~abra, qup ln 111ujrT por naturalezü es persona afrcliva, rnús que 1n– tdectiva. lo contrario (lel hombre. El rnltivo intensivo ele la inteligencia al hombrP le da al– tura y perfección, a la mujer la despersonaliza, k priva ele características propias: afectividad, PspontanPidad, sonrisa, simpatía, Yalores cpw la Humanidad busca y guiPn' en la mujer. Con esto no se desea que la mujer sea analfoheta, 1a cultura libera a la mujer de los excesos de la frivolidad de • 0 n tnn¡wramento, pero a la nmjer convienP uua n1lt11ra ante todo propia, frnwnina. La teudPncia natural en la mujer a obrar a im¡ml,os ele\ su afectividad~ la expone a deformar la concie11cia. Cuando 1a mujer se llega a sentir atraída por el mal, apenas si po-

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