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miradores. Nadie con10 sus enenngos piensa tanto en la mu– jer y la halaga y piropea. Como su movimiento vital lo nge la afectividad, la mu– jC'r fuerte y tenaz l'll la conquista de sus objetivos y ex– lrcma¡Jamente fúcil para entregarse) a ellos; el PnPmigo de la mujer es el mal disfrazado de amigo. El ardor con que bus– ca y se entrega a sus afecciones, ciega frecuentemente a la mujer para el conocimiento de la verdad y del bien. La mu– jer llega al abismo con los ojos vendados. Li mujPr se defiende mal de los e1wmigos de su virtud porqu" conoce la vida por experiencia. Las lúgrimas son su cút<!dra mús ordinaria de vida, hasta quP llora de verdad no suele aprender ciertas realidades. Todas sus locuras. que no son infrecuentes, y sus frivolidades inconcebibles, ~nn rn– consciencias; la mujer parece casi siempre más mala ele lo que es. Sin embargo de esto, la muier es indócil, tozudamente in– dócil para seguir a quien contraría sus sentimientos. Pocas co,a~ mús difíciles que cm1vencer a una mujer de algo que 110 (',tÚ conforme con sus impulsos o afecciones. La n1ujer se funde en lo que ama, todo es vano si se la intPnta con– vencer del error de su amor. Los desengaños la enseñarún a vivir. Para la mujer dar la vida por su amor, no es gloria, es necesidad. Nadie mús inconvertible que la mujer entre– gada a un amor pecaminoso. En el aferramiento a sus afectos y en la ceguera con– scnwnte se encuentra el origen de los fracasos y llantos de la mujer. La mujer no suele ser mala, pero es esclava gus-
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