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tudes y sus defectos. La mujer es abnegada, desbordante, fá– cil para sacrificarse por los demús. Al mismo tiempo pro– pensa a la envidia, a la vanidad, a la inmodestia, a la men– tira y hasta el odio, a los celos. La mujer es coqueta y füc:il. Todos estos defectos son en la naturaleza de la mujer formas más o menos veladas de su alterocentrismo, de su necesidad de darse y de agradar. La fuerza que impulsa al hombre a hacer suya la mu– jer, fuerza a la mujer a darsP al hombre (1). En esta mutua compenetración anímica se manifiesta el valor humano del matrimonio, como centro de vida de la Humanidad. La na– turaleza tiende vigorosamente hacia el hogar. La defensa contra el desorden de esta tendencia la en– cuentra el hombre en su razón, en el cúlculo; la mujer en el instinto, en su piedad, porque para el seguimiento del bien el hombre tiene su inteligencia y la mujer sn natnra– leza. La mujer nace buena, el hombre se hace. La rnujPr que pierde su instinto hacia PI hic!n se incapacita para obrar rectamPnte. Los peligros para la mujer son más peligro que para el hombre, porque tiene menos defensas. A la mujer la preserva dd mal su propia fomenidad apartúndola, ha– ciéndola recoleta. La mujer no ha nacido para combatir, ¡ay de las jóvenes que buscan los peligros y que gozan Pn ello~! La piedad en la mujer no PS sólo deber y fuente de rnfritos, es fuerza y luz, prudencia y sentido común. La mujer no se defiende con razones ni por principios, sino por impulsos. La fuerza operativa que saca un hombre, (1) :\elvierto qu,· cu:rnt;1, veces, hablando de la mujer, manifiesto su propensión a "darse", "ofrecerse", etc., lo digo en 5entido tual. aiecfrru. anímico: nunca material o eorporal. f,2
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