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jer por aparentar pequeñeces, que no lo son desde el momen– to que ocasionan males tan graves, pierde su honor en la mente de fos hombres. El honor clel hombre, es un bien in– dividual; el de la mujer, es social. Estas consideraciones debieran hacérselas las jóvenes con frecuencia para que fuesen más reflexivas y miis recatadas en su conducta social; para que pensasen un poco más en que Dios las colocó en convivencia con los hombres y que esta convivencia tiene para ellas exigencias que son deberes fundamentales. ¿Qué es caridad cristiana sino precisamente mirar por el bien del prójimo? Sin embargJ, hay muchas jóvenes egoistas, tremendamente egoistas, que por salir con sus vanidades triunfantes les importa un ardite precipitar en las miis graves tentaciones y exponer a la ruina moral a los hombres. Con irreflexivo y rIPcio desparpajo, dicen que no pequen ellos, que es <lPcir: que pequen Pilos con tal que sus caprichos triunfen, y campeen libres su vanidades. «Jviuchas cosas ml' .,o¡¡ lícita,, que no puedo yo hacer», escribía San Pablo. Quisiera yo que pensase de igual modo la juventud femenina. Los derechos ajenos, el bien de los demás obligan no pocas vPces a privaciones y sacrificios. El mundo no es todo mío y sólo para mí. El hombre Pn socie– dad tiPne leyes de SO(iedad y 1eye,; de rPligión, y la lPY tal VPz más trascendental de la mujer en convivencia social es d mantenimiento de Ht pudor sobre el cual se apoya la mo– ral dPl hombre y la propia dignidad. En la mente del hom– bre. toda nmjer sin pndor e, mUJPr 1mpura. y la mujPr im– pura es sien1pre n1ujer ,in honor. Las jóvenes distinguen demasiado el pudor de la impu– reza. E,tando sin pudor ,e consideran puras. ,El hombre no /2 5
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