BCCCAP00000000000000000000528

esa persona no se comporta ciegún corresponde a su condi– ción. Esta doctrina es cierta y un{mime. Pues bien, la mujer tiene en la mente y podíamos decir que en la misma naturaleza del hombre un puesto de gloria, de sobreestima. No hay hombre que no se reconozca inferior en razón de ser al lado de la mujer. ¿De dónde si no la adoración que siente natural hacia ella? El hombre, por fuerza de su instinto, está con el sombrero en la mano y la frente inclinada ante toda mujer que lleva con prestancia su dignidad. Porque el hombre intuye en la mujer un ser más delicado, más espiritual, más cerca de Dios, por PSO le tiene levantado un trono en su pecho y le exige un compor– tamiento acorde con la altura de su condición y reacciona violento ante sus acciones atentadoras del alto concepto que de ella tiene formado. Cuando una mujer baja del pedestal de gloria que el hombre la tiene levantado, seca la fuente más caudalosa de poesía humana. Existe otra razón profunda de la mayor exigencia del honor en la mujer y es la relación estrechísima que tiene con la dignidad y el honor del hombre. El objetivo natural y más violento de la lujuria dPl hombre -suprema degrada– ción del honor humano- está precisamente en el cuerpo de la mujer; de aquí que el hombre en el momento que obser– va en ella una exhibición corporal acentuada, una actitud que despierta en él el brote concupiscente, piensa que esa mujer es mala, que busca y valora la vileza que él experi– menta ante sus acciones, insignificantes al parecer, pero de inmPnsa gravedad para las pasiones del hombre. Y lógirn– mente ante la realidad que experimenta en sí mismo, me– nosprecia a esas mujeres como carentes de honor. Así la mn-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz