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el mundo se debilita y desarma con esta rotura de relacio– nes sociales externas. Acosa tanto y es tan universal la pre– sencia del mundo que siempre resulta cierto lo que lamen– taba Kempis: «Cuantas veces estuve con los hombres volví (a mi soledad) menos hombre», menos cristiano, más mundo. La presencia y acción del mundo es insidiosa, como toda actividad satánica. El mundo es aquel típico lobo vestido de cordero contra Pl que puso en guardia Nuestro Seüor a sus seguidores. El mundo se presenta siempre como amigo y bienhechor, pPro, dando y ofreciendo, roba y mata; da lo terreno y quita lo celestial. El excPsiYo amor a las cosas y bienes de la tierra, el des– ordenado apPgo a los placPres, la egoísta apetencia de satis– facer la naturaleza, hacen, según el Apóstol San Juan, a los hombres mundanos y por ello enermgos del Evangelio y órganos de Satanás. La conducta pública, uniforme y habitual de los hombres mundanos crea el ambiente social de pecado, estableciendo como legales formas de vida contrarias a la moral cristiana. Es lo que se llama el pecado colectivo, el escándalo organi– zado. Adoptar esas normas de vida es dilatar el reino de Sa– tanás, acrecer el n1undo. Esta atmósfera de pecado, mús o menos densa y dilatada, que crea la acción pecaminosa de los hombres mundanos es ataque peligrosísimo que padecPn en sociedad los seguidores de Cristo. Ella va debilitando progresivamente la integridad de su fe y su pujanza, destruyPndo el horror al pecado, la sensibilidad para percibir su presencia, crea la tolerancia, la camaradería con el mal y si no se la combate con vigor ac:a- 35

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