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La novela rosa, como el pecado venial. no mata el alma del que la lee, pero prepara la muerte, propina el veneno en pequeñas dosis. La novela rosa en la juventud femenina tiende a hacerla frívola, fácil, apasionada, incapaz parn d sacrificio y el deber, siempre pronta para la diversión; difi– culta la maternidad abnegada y responsable, la hace egoísta y sensual. La novela rosa crea a «Fifí» y a «Totó», cabecitas huecas y locas, bellas pero sin seso. La novela rosa crea en la juventud una menlalidad de ¡H'cado. caldo de cultivo de posteriores acciones reprobables. Dicen que dijo el inmortal autor de «Fabiola» estas pala– bras: «De novelas la mejor la mía y no me atrevo a reco– mendarla». Un gran impío confesó que su perversión se ha– bía iniciado con la lectura de un libro quP había proporcio– nado a muchos, ratos de solaz P inocente recreo. Para las jó– venes la mejor novela rosa, la que no leen. l\Iuchachita asidua lectorn de novela~ «ro;,,a», al cabo de unos aüos apasionada lectora de novelas «cardo». La joven que a los 16 aiios se entusiasma con las novelas «rosa» a los veinte las lee todas menos las «rosa». El menor mal que oca– sionan las novelas a la juventud es hacerla perder el tiempo ---que en cristiano tiene valor de eternidad--. Pocas serán las jóvenes aficionadas a novelas que resisten la lectura de libros serios, formativos o instructivos; como dicen son «el tostón» y Pl «rollo» insoportable. Joven, dime qué lees y te diré quién eres. La novela rosa no ensalza el mal ni reprueba el bien. J)('– ro viste de seda el pecado y cubre de flores su abismo. El pP-
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