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porq LlP éstas son obra Je la I uerza bruta, pC'ro evoluciorn-'s y cambios sociales, no. Los bárbaros fueron un turbión que trajo ruinas, pero la revolución social vino después con los monjes y la Iglesia. Hoy 110 se explica una revolución ni la estabilización de una idea social sin la propaganda. El mal no se establece entre los hombrn sino a fuerza cfo mentira~ y pasiones que sólo la fuerza de la prensa y el libro tran,– mitf'n. La revolución rnsa. la mús honda y la mús errónea. pudo establecerse y extendPrse rne1TPd a una propaganda sagaz y genial. Los libros no son materia inerte, son Yicla. El libro es el alma. la mente. la vida de su autor. Las jóvenes. siem¡1re irreflesivas y cúndidas. cuando abren las púginas de un li– bro sugestivo, no piensan qtH' tienen en la mano una fuerza vital que van a acoplar a la suya. Como la palabra c>st;í al servicio del hombre. de sus ideas. de sus intenciones. a,í Pl libro en la mente del autor. ¿Qu{, es el libro sino la pala– bra escrita y fijada? Esta filosofía la entiendPn poco las chi– cas y no mucho los hombres. El libro es la CéÍtedra permanente del Espíritu Santo. pe-– ro también y más de los sofistas, de los ambiciosos y ele los malvados. Sacerdotes y sociólogos; estadistas y políticos; Dios Y c>l diablo tienen en la imprenta su máxima fuerza. Cons– ciente de ello la Santa Iglesia ha prohibido con acierto a sm súbditos las lecturas de determinados libros y escritos. Graneles sabios y geniales hombres han sucumbido al ataque sagaz y persistente de las malas lecturas. Ortega y Gasset, el impío, terminó en ateo por la presión de lecturas que no supo vencer. El lo confesó: «Los libros de Rernín me

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