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siente conforme a las leyes de su naturaleza y que el vicio– so, saturado de carne de pecado porque ya no siente, es el hombre perfecto? ¿Por el vicio se puede ir a la virtud? Pa– rece que así lo creen muchas jóvenes. Cuando el vicioso ha llegado a la saturación de sus de– seos y experiencias de maldad, el cuerpo pierde actividad por agotamiento biológico, pero no busca por eso la virtud, sino que aunque el cuerpo no sienta, la concupiscencia per– manece viva y empuja a lo anormal, a lo patológico para en– contrar el goce apetecido. No saben las jóvenes lo que dicen cuando hablan de que los hombres ya están habituados a verlas en bañador: «como están emborrachados, démosles vino», eso viene a decir. Re– piten, en peor sentido, lo que dijo el E. Santo: «El que es malo. h{1gase más». Ignorán las jóvenes que la visión embe– llecida de su cuerpo semidesnudo, crea en la concupiscen– cia del hombre una exigencia casi vital de poseerlo. hacién rloles así prácticamente imposible la castidad. El desnudismo es inmoral y en la playa impera casi to– tal; no creo tengan las jóvenes el atrevimiento de asegurar que los cafres de las selvas africanas no andan desnudos por– que llevan taparrabos. Las mujeres entre los salvajes no vi– ven tan desvestidas e incitantes como las jóvenes «piadosas» que pasean <:inocentemente» sus desnudeces entre la turba de admiradores sobre las arenas húmedas de la playa. No es la naturaleza la que inclina a la mujer a ofrecer al hombre la desnudez de su cuerpo, es la malicia de la vo– luntad; en algún caso. la frivolidad pecaminosa. El desnu- 311

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