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El pecado no sólo se hace, nace, se engendra. No es gem'·· ralmente asesino en un momento, ni ladrón, ni sinvergüen– za. No se comete un adulterio en un día, aunque en un día se realice el acto externo, el pecado se engendra, tiene un proceso; y cuántas veces el germen que se incubó en la imagi– nación y en la carne del hombre estando en la playa, fué el lejano origen de las horrendas caídas y crímenes del maña– na. Algún día sabrán. y con espanto, las jóvenes la relación que tuvieron sus desnudeces con los innumerables pecados cometidos por _los hombres. Lo sabrán y llorarán, y se espan– tarán, pero ya tarde. Crea la juventud femenina a quienes saben lo que hablan y por qué lo hablan. ¿Piensan las jóvenes, que dicen que los hombres ya están acostumbrados a verlas en bañador, en los posibles pecados de la mente y de deseo? Sepan y créanlo, que es dificilísimo, en la práctica imposible, que un muchacho vea a una joven en plena belleza de su edad en traje de baño con mente lim– pia. Lo que pasa es que la concupiscencia satisfecha y go– zando de sus objetivos presentes se aquieta en la posesión de su objeto, sin que el hombre, poco habituado a discernir la moralidad de sus actos, repare en su pecado. Que se quite radicalmente esos lúbricos espectáculos y verán como se agi– ta la fiera al arrebatársele su carnaza. Es posible que un hombre, saciados sus deseos pasiona– les, cuando nada le queda por ver ni que gozar, agotada la naturaleza, no reaccione ante sus propios objetivos, pero llegar a esto no puede ser ideal humano, esto es una degra– dación y perversión que se debe evitar. Un hombre sano. espiritual, se sentirá violentamente conmovido ante tales es– pectáculos; ¿vamos a pensar que el bueno es el malo porque :1 JO

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