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ruín, pequeño, porque tener cuerpo es pequeñez; estimarlo en exceso, dándole prevalencia sobre el espíritu, es no sólo empequeñecerse sino arruinarse, hacerse malo. Vivir en cambio del espíritu, es tender hacia arriba, acercarse a Dios. Y cuanto el hombre más se acerca a Dios y más participa de Dios, más se engrandece y dignifica. El cuerpo del hombre tiene una dignidad pero reflejada, participada. La nobleza del cuerpo le viene al hombre por el espíritu; cuanto más este se manifieste y obre en el cuerpo, mayor altura y dignidad cobra. Santa Teresa vió una vez cómo los ángeles portaban el cuerpo de una religiosa muerta en olor de santidad «porque se vea, dice la santa, cuánto honra Dios los cuerpos donde estuvieron almas buenas». «¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu San– to vive en vosotros?», decía también San Pablo; aunque el templo humano de Dios está en el alma, el cuerpo recibe por su unión sustancial participación de esa gloria y digni– dad. Pecar contra el cuerpo, es pecar contra el templo de Dios y quien en él habita. 31

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