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te. La concupiscencia se desencadena con la necesidad ele un mecanismo, como vie1w el disparo apretando el gatillo de la escopeta cargada. La concupiscencia de la carne C's la mú, violenta y pronta de las concupiscencias humanas y ésta tie– ne un objetivo propio, aunquf' no exclusivo, en el desnudo femenino. Pues bien, no hay acción pública de la mujf'r donde se 'presente con un desnudo mús extenso que Pn el es– pectáculo de la playa. No hay, pues, en la conducta social de la mujer una acción mús grave, más excitante al pecado feo que la que realiza «tranquilamente» en sus haüos pú– blicos de playa. Conforme con esta realidad las Jerarquías de la Iglesia condenan durísimamente los baños mixtos de playa como ocasión próxima de pecado mortal, puesto que no se puedP presumir razonablemente que ante aquellas escenas vivísi– mas y totalmente inverecundas la naturaleza del hombre permanezca inactiva: sería negación del pecado original. La joven que se exhibe en traje de haüo moderno en la playa pone un acto que deberé reconocur como ocasión grave de pecado y la posición de tales actos sin una razón tan grnvP como el peligro que suscitan, constituye en moral pecado mortal, aun en el caso concreto de no realizarse el pecado. No es disculpa justificable para tales excesos decir que la culpa de tal pecado estú en el hombre que mira o que con siente. Hablar así es negar la solidaridad humana y oponer– se al precepto cristiano de la caridad. Para desvirtuar la gravedad del escúndalo Pn los eopec– túculos de playa, dicen muchas jóvenes que actualmentP Pse peligro para el hombre ya no existe. porquP se han acostum- 308

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