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El cristiano no necesita conocer la razón de la ley, le basta reconocer la autoridad del que manda. La ley se acep– ta y se cumple, no por gusto, sino por deber. El cristiano se reconoce súbdito de la Iglesia y por ello, acepta lo que dice y manda. Sin embargo, las jóvenes que frecuentan las pla– yas no cesan de buscar y aducir razones especiosas contra las disposiciones de la Iglesia. Con su actitud renuevan la maldad y dureza de corazón de los judíos cuando pedían in– sistentes a Cristo bendito pruebas claras de su Mesianidacl. Se las da y cogen piedras para matarlo, porque se lo había dicho. Lo que querían los judíos no eran pruebas, aunque las pedían para velar su maldad, ellos querían convencerse ele que Cristo no era el l\1esías prometido, porque ele serlo tendrían que perder muchas cosas que amaban demasiado. Igual pasa a las jóvenes que intentan justificar su actitud li– bertina en las playas. No buscan conocer la moral ele la pla– ya, quieren que la moral justifique su conducta, porque ni quieren enmendarse ni ser tenidas por malas. Esta PS toda la verdad. El espectáculo de las playas modernas destruye el con– cepto cristiano del pudor, de la modestia y hasta de la cas– tidad. Es un escándalo gravísimo que trae sobre muchas mu– jeres la maldición divina e imposibilita prácticamente la castidad en los hombres que se ven tentados por su livian– dades. El espectáculo de las playas es intolerable por ley de con– cupiscencia. Ya dijimos que existe en la naturaleza una ten– dencia fortísima que empuja las pasiones hacia sus fines desordenados, en determinadas circunstancias irrefrenable– mente. Esta tendencia es necesaria. universal y permanen- :l()7

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