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Es muy verosímil que el espectáculo más inverecumlo e inmoral legalizado en la sociedad moderna sea el que ofre– ce la playa. Las termas romanas eran centros de vida social, en las que los baños estaban separados por sexos. El recono– cimiento legal de una situación como la de la playa moderna no se dió quizá en Roma, ni en las épocas de su mayor de– gradación. El escándalo actual de las playas en moral cnstwna P~ gravemente pecaminoso y manifestación clarísima de la per– versión de las mentes y de la desaparición casi total del pu– dor de la mujer. Una mujer que no tiene inconvenientP en presentarse semidesnuda ante un público numProsísimo ,. que sobre esto no reconoce en ella nada pecaminoso. es una mujer que manifiesta tener pervertida su naturaleza, c,irPce de instinto de bien, no es mujer sana. Sobre la maldad y desvergüenza máxima que revela la mujer en traje de baño moderno, están los modos y actitu– des que adopta. En las playas no se distinguen las mujeres piadosas de las infames que van allí con fines nefandos. Es lógico que la Iglesia haya declarado repetidas veces que esa conducta está totalmente en oposición con la doctrina y mo– ral cristianas. Las mujeres que no aceptan esta declaración manifiestan ignorar el Evangelio y la autoridad divirrn que posee la Iglesia en las cosas de fe y costumbrPs, pero quien estéí contra la Iglesia está contra Jesucristo, Hijo de Dios. 30G
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