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chas jóvenes, que dicen amarle. estúu alormentándolP v agraYando sm dolores en el salón de baile. Ninguna joven puede tener razonablemente eludas de la inmoralidad del baile moderno si conoce el sentir y el ha– blar de la Iglesia y cree en su autoridad sagrada. Oirún a muchos que hablarún de modo distinto, más suave y gusto so, pero las jóvenes deben reflexionar sobre la verdad de la, razones con que se contraría las enseñanzas de la Iglesia. Pongo en guardia a las jóvenes contra el peligm incluso de que algún sacerdote laxo las adormezca en el mal y las acalle la conciencia que protesta por el seguimiento del mal del mundo. Recuerden que hay médicos a los que nadie lla– ma cuando se está enfermo. Busquen las jóvenes al sacerdote que se manifieste órgano de la Iglesia, que mús se acomode con el pensar de los mejores, que más seguramente las aparte <lel mal y las garantice la posesión del bien. Ese es el autén– tico bienhechor. d médico que cura. Hay jóvenes que defienden la asistencia al baile por mo tivos de apostolado y moralización. ¡Qué inconscientes! El mejor ejemplo y la eficaz moralización de las salas de baile. Pstú en el alejamiento ele ellas. La mPra presencia en esos centros es ya una colaboración moral y económica a su existencia. Olvidan, por otra parte, el dicho del Espíritu Santo que el que ama el peligro, en él perece. No son de pie– dra ni ángeles para asegurarse en aquel ambiente malsano. Además recuerden que en buena moral cristiana no se puede hacer el mal para que venga el bien, y el baile moderno en muchos rnsos es malo en sí mismo.
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