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morali<la<l a los bailes modernos constituye conmvencrn y colaboración con los enemigos y destructores del orden mo– ral y de la conciencia cristiana. En la jira que este aiio de 1960 ha hecho el Jefe de la U.R.S.S., Kruschev, a EE. UU. visitó Hollywood y allí los norteamericanos muy gustosamente le invitaron a presenciar una sesión de «can-can», nombre que dice bastante de lo que debe de ser ese baile, y que posiblemente mis lectoras ha– brán ejecutado a la perfección más de una vez. El astuto y malvado jefe ruso observó, rió y calló esperando su ocasión que no tardó en llegarle. Al día siguiente en un banquete le asediaban a preguntas, Kruschev se levantó del asiento, imitó grotescamente el baile de la víspera y dijo estas rudas y aleccionadoras palabras textuales: «Este baile que estoy imitando es un baile en el que las muchachas se levantan las faldas, Vdes. ven esto, nosotros los rusos, no; esto Vdes. lo llaman libertades, pero para nosotros esto es pornografía, PS la cultura de los pueblos que buscan lo indecente». En Psta ocasión, Dios y Kruschev estuvieron de acuerdo. ¿ Y mis amables lectoras? Las salas modernas <le baile, en sentido cnstrnno, pue– den muy exactamente ser consideradas como nuevos Calva– rios donde se derrama y pisotea la sangre preciosísima del Salvador. Que las jóvenes lean el «Primer Baile», de Colo– ma. Beraud tiene un cuadro aleccionador: Jesús camino del Calvario seguido de un pequeño grupo de personas que llo– ran, mientras en la penumbra lejana se ven parejas de baile que ríen y bailan. No es un cuadro; es un hecho de la his– toria. :Mientras Cristo Jesús en los altares, en el Sagrario se inmola corno víctima por los pecados de los hombres, mu- ;293
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