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para <ledarar sus pecados: Padre, me acuso de haber tenido alguna distracción en mis rezos cuando estaba en el tem– plo... -¿Asiste V. a los bailes? --Sí padre. pero no es pe– cado bailar, bailando decentemente... Es incuestionable q11t' cuesta menos convertir a malvados que a tontos. « Ve V., escribía el impío Tolstoy, a todos esos sPúores ra– yando en la trPintena, llevando en la conciPncia centenarPs de crímenes horribles de toda naturaleza sobre mujeres, los ve V. meticulosamente lavados, recién afeitados, resplande– cientes. vestidos de frac o de uniforme haciendo su entrad 1 en el salón de baile: el emblema de la pureza, encantador. Pero si yo viese a uno de esos señores dirigirse a una hija mía o hacia mi hermana, yo debería aproximarme a él. llP•· varle aparte y decirle: amigo, no ignoras, lo mismo que yo. cómo has vivido y cómo vives, tu sitio no es este donde hay jóvenes inocentes y puras, sal de aquí. Pero a ese señor ,P le recibe con sonrisas y se le busca gustosamente en el bai– le». Esto dice Tolstoy, yo obraría de modo distinto, hablaría a las jóvenes puras e inocentes para decirles: este lugar no Ps Pl vuestro. salid de aquí, aquí sólo tienen derecho a Psiar esos señores. Dicen que un día se acercó al confesonario del santo Cu– ra de Ars una joven. Después de acusarse ele sus pecados, le preguntó el santo: --¿Os acordáis de cierto baile al que asis– tísteis hace algún tiempo y en el que un joven desconocido y elegante se hizo pronto el rey del salón? -SL padre. --¿ Y no os recordáis que os devoraba un acuciant1; deseo de bai– lar con él y que os comíais de envidia e indignación Yienclo que prefería bailar con otras? -Sí, padre. •--Pues bien. hija. aquel joven era el d0monio. Las que bailaron con c~L algu-

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