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por personas infames. Los organizadores y promotores prin– cipales han sido y son personas que han buscado, sin ley al– guna moral, un negocio explotando las pasiones humanas. «Donde no hay faldas no corre el dinero», decía un mucha– cho que intentaba establecer una sala de baile nocturno. No hay casi una sola Jerarquía de la Iglesia que no haya anatemizado el baile moderno. Las jóvenes, en cambio, no ven otra maldad en ello que el atrevimiento indelicado de algún joven que se acerca demasiado. Son cándidas y su candidez el cebo que anima y atrae en el baile. Esa incons– ciencia la explotan los concurrentes y organizadores y pro– pietarios de las salas de baile para sus fines nefandos. El Dr. Marañón, nada sospechoso en la materia y con autori– dad suficiente, escribió. «Ciertos bailes no son sino modos de sugestión dfrectamente sexuales>>. En el salón todo está meticulosamente estudiado para que la sexualidad encuentre ilusión y facilidades: la ilumi– nac1on del recinto, la música que «inspira», los gestos y mo– vimientos de la danza, cada día más descaradamente incitan– tes (la joven no del todo maleada que deja algún tiempo de entrar en las salas de baile las encuentra siempre más es-– candalosas), la cadencia y el ritmo de la música pegajosa :v sensual, el ambiente de libertinaje en miradas, sonrisas y palabras plenas de intención lasciva, los atrevimientos de los libertinos que no faltan a la cita, y sobre esto, el alcohol «en el cual está la lujuria», según dijo el E. S. y los cuerpos jó– venes y pasionales de muchachos no acostumbrados al ven– cimiento y dominio personal y la belleza y el atractivo fe– menino al rojo en libertades y picardías... y pocos días más tarde una joven bonita que cae a los pies del confesionario 289
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