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La moral cnslléma no reconocr legales lo~ moclos <lP tra– tarse en el baile los sexos. La Iglesia cree en la realidad clu la caída en el Paraíso y en la lPsión consecuente de la na· luraleza humana y sabe que ciertas actitudes y gestos entre personas de diverso sexo y múxinH' ei1 la edad de la juven– tud, ocasionan levantamientos pasionales y saben además que la pasió11 Llc,,honesta lenmtada diíícilrncn te se contiene, v solícita defensora del bien espiritual de sm hijos prohibe bus– car y aceptar aquellas ocasiones o modos que desperezan la lujuria. El haile moderno está hecho y c,,tudiado, al menos así parece. ·para suscitar ese pecado lascivo. Para conocer la rPalidacl malsana de los bailes modernos basta leer con al– guna atención ciertos anuncios y oír algunas conversacionP~ de los frccuentadorPs ele las salas de fiestas .:mtes o despuós de los bailes. La juventud inforne füele ser Pntusiasta del baile :V lu alaba y lo apoya incluso con no pequeño'i dispendios ¡wni– niarios. porque VP <'n ellos un C('ntro ideal f;.ícil y legalizado rlonclP ¡]psahogar sm instintos perversos. Es rnoralnwnte imposible qup un joven tonw parte du– rante cierto tiempo en reuniones de baile moderno con men– te casta. El arte y la misma diversión en el sentido mismo de la palabra significan muy poco para la generalidad de los jóvenes que frecuentan las salas de baile. Decía Unamuno con su fiera franqueza: «Ya só yo que el baile no es luju– na pero :vo me entiendo y los hombres también». cCasi todos los bailes modernos son de ongen réprobo». han declarado los 1\Ietropolitanos de España. Tal vez haya que decir que todos han sido ideados. iniciados y propagados
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