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Sobre la conducta del católico ante las clasificaciones mo– rales del cine dijo el Cardenal de Tarragona, Dr. Arriba y Castro: «El decir de ciertos espectáculos públicos que son «tolerado,». no es suficiente garantía para que se pueda asis tir a ellos sin mús precauciones. En todo caso hay el deber de abandonar la sala siempre que se proyecte algo contrario a la moral uisliarw; fuera de que no es licito é1C·udir a un;1 represPntación sin saber previamente la índole de la misma en su aspecto moral». Hablando el Cardenal U rbani, Patriarca dP Venecia. ante representantes del mundo del cine dijo: d,os intereses de la taquilla exp110stos anlP la fantasía de un público de dudoso gusto y con frecuencia únicanwnte úvido cfo Pmociones fuer– lf\S. se desvían fúcilmc>11tP ,por el camino Pscabroso del escán– dalo. Así ocurre que algunas conductas íntimas y privadas de tal o cual artista, dignas de compasión. cuando no de con– denación mús (JUP de aplau.,o, se ofrecen a la morbosa cu– riosidad del público. con la secreta esperanza de que esto pueda aumentar Pl núnwro dP lo, es¡wctadores»... «Todo, sabemos que no hay libro ni discurso que pueda rivalizar con el poder persuasivo de una película vPrdaderamente ar– tística. De ahí la tremenda responsabilidad rle quiPnP, pro clucen o rPprPsentan al público nna película. Justificarse ale– gamlo p] derecho de defender Pl propio din0ro. invocar los cánones soberanos de la expresión artística para introducir el vicio. proclamar la intención de fustigar los vicios deteni{>n– dose en análisis morbosos sugestivos. son desgraciadas trnta-• tivas que si no caen bajo las leyes dP los hombres. no esca– pan a las divinas». ?8'i
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