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películas )" merced a sus insinuaciones y urgencias se han creado, despreciar su juicio y no seguirlo, es evidentemen10 oponerse a la mente y amonestaciones de la Iglesia. Hay muchos católicos que hacen caso omiso de esta cen sura eclesiústica por la fútil razón de que a ellos no les hace daño la asistencia a tales películas clasificadas con las más altas notas de peligrosidad. Contra este modo irracional de pensar han hablado los Papas y los Obispos, diciendo que el juicio que emite la Junta clasificadora tiene la condición de verdadero juicio moral eclesiástico sobre la moral ele la pe– lícula, y por tanto, oponerse a él con un criterio personalista, generalmente mal formado, incluye m1 verdadero peligro ele Prror sobre la moral. Sobre el juicio mío, Pstá el juicio de personas calificadas y con mejor criterio. Yo pienso así, pero la Iglesia piensa dP otro modo. Mi deber de católico prúc– tico, es seguir a la autoridad. aunque s11 juicio me resulte molesto. La i uventud femenina I iene concepto equivocado, por lo regular. respecto del daüo o mal de las películas. Entiendt• por daf10, sensación, impresión deshonesta. No es esu sólo lo que entiende la Iglesia por peligro o daüo de las ¡wlícnlas }. por lo quP ha dado de calificación. Hay ¡wlículas veladamenlP im11orale.s que l!Pnlll a po,– lurm o act iludes e incluso actos inmorales. Un cine no cla– ramente irnnoral ¡nwde llegar a destruir la moral en lns con– ciencia, por ,u•, sugerpncias o indirPctas y lejanas repercu– sim1Ps Pn la ¡wr,.ona o puedP causar grave daño social .sin que lo ocasiones n un detPrminado individuo. 278

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